Mejorar la calidad del aire en Bogotá está en nuestras manos
El cambio de gobierno distrital, y en particular el nuevo liderazgo que ha llegado a la Secretaría de Ambiente, puede ser una oportunidad de oro para finalmente saldar una de las grandes deudas que el Estado tiene con los habitantes de la principal ciudad del país y así ayudar a mejorar la calidad del aire en Bogotá.
Este no es tema nuevo ni pretendo sugerir que nadie haya hecho jamás nada al respecto. Ciertamente son muchos los esfuerzos que se han realizado en el pasado para estudiar, diagnosticar y mitigar este grave problema de salud pública. Sin embargo, con esa misma claridad, debe decirse que, hasta la fecha y fuera de algunos discursos grandilocuentes, ningún gobierno bogotano ha considerado a la calidad del aire como una verdadera prioridad dentro de su modelo de ciudad y su política pública de carácter ambiental.
Y no parece haber buenas explicaciones para justificar semejante olvido de los gobernantes pasados. La inmensa mayoría de ciudades importantes del mundo han enfrentado el desafío de la polución por medio de la implementación de sendas estrategias de mediano y largo plazo que han venido acompañadas de inversiones y reformas significativas. Todo esto considerando que cada peso que se invierta en mejorar las condiciones de calidad del aire de Bogotá genera retornos muy superiores, relacionados con reducciones en las muertes y enfermedades evitables, así como por las mejoras en la productividad y competitividad de las ciudades.
Grandes urbes como Los Ángeles, París, Madrid y Londres, entre muchas otras, han logrado reducir dramáticamente sus durante las últimas décadas. Esto gracias a la combinación del interés ciudadano y la voluntad política de los gobiernos locales. La receta ganadora ha sido probada una y otra vez: 1) utilización de combustibles limpios (v.g., diésel de bajo azufre, biocombustibles, gas natural), 2) promoción de eficiencia energética (v.g., masificación del transporte público), 3) uso obligatorio de tecnologías limpias (v.g., catalizadores, filtros de partículas, vehículos eléctricos).
Los planes de descontaminación urbana, incluyendo el que fue formulado para Bogotá hace más de una década, suelen gravitar alrededor de estos tres pilares que conforman toda política de calidad del aire. Dichos pilares, que vienen acompañados de esfuerzos en monitoreo, modelación meteorológica y generación de alertas tempranas para episodios severos de altas concentraciones de agentes tóxicos, no solo han demostrado su efectividad en el mejoramiento de las condiciones ambientales, sino que también han probado ser la combinación de estrategias más costo-efectivas. Es decir, sabemos lo que tenemos que hacer y lo que resulta más barato.
Es momento entonces de que la Secretaría Distrital de Ambiente se dedique a cumplir una de sus principales funciones y enfrente este tema con toda dedicación y determinación. Para empezar, debe continuar fortaleciendo su equipo de expertos en polución y meteorología y se hace urgente la actualización del Plan Decenal de Descontaminación del Aire de Bogotá. Dicha actualización podría incluir también algunas mejoras en la concepción del plan, tales como un mayor énfasis en la gestión del material particulado más fino (PM2.5) y una aproximación de mayor escala regional (y no solo urbana) para la resolución del problema.
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Hoy en día está muy claro que no hay excusas ni necesidad de matices ni calificativos. Los ciudadanos esperamos los compromisos concretos y las ejecuciones específicas para que podamos respirar tranquilamente un mejor aire en Bogotá. El gobierno bogotano y su Secretaría de Ambiente tienen toda la capacidad para lograrlo. ¡Vamos!
Publicado en Revista Semana