Sí al plebiscito por el acuerdo de paz en Colombia
Es hora de cerrar el círculo vicioso de nuestra historia, y con él, darle un Sí rotundo al plebiscito por el acuerdo de paz en Colombia para hacer de nuestro país un territorio en donde los sueños y el progreso marcan el norte de un pueblo aguerrido que nunca ha perdido la fe de obtener un futuro mejor. Por ello votaré positivamente el plebiscito.
En algún día de 1983, cuando yo tenía 10 años, mis padres sostuvieron una conversación sobre las implicaciones de tener un hijo varón en Colombia. Les preocupaba que yo, al alcanzar la edad del caso, fuese llamado a prestar el servicio militar obligatorio. La realidad nacional del momento incluía el recrudecimiento de la violencia asociada al narcotráfico, la consolidación del conflicto armado (con el M-19 como principal protagonista) y el deterioro creciente de la seguridad urbana. En 1983, la tasa de homicidios fue de 35 por cada 100.000 habitantes, y los hechos de masacres a población civil se contaban por decenas.
La conversación entre mis padres terminó con el mutuo consuelo de que para 1990, tiempo esperado para mi grado de bachiller (y por ende, la posibilidad del servicio militar), la situación habría mejorado y seguramente ya no existiría tal requerimiento. No fue así. En enero de 1991 ingresé como recluta al Ejército Nacional, y aún en medio del optimismo derivado del proceso de paz con el M-19 y la Constituyente, el país había acabado de ser testigo del asesinato de cuatro aspirantes presidenciales y de cómo, entre 1983 y 1991, el número de homicidios se había triplicado, alcanzando una tasa de 80 por cada 100.000 habitantes, la más alta de la historia reciente.
Hoy tengo un hijo de 11 años y guardo la misma esperanza que tenían mis padres. Deseo y aspiro a que para el año 2023, cuando él se gradúe de bachiller, en Colombia resulte innecesario contar con el servicio militar obligatorio, dado que estaremos disfrutando de una sociedad libre de guerra. Es por esto que votaré positivamente el plebiscito sobre el acuerdo de paz.
Independiente de la aprobación que se pueda tener por las políticas del actual Gobierno, así como sentando el más enérgico rechazo al legado de las Farc y sus métodos terroristas, encuentro evidente que es mejor la paz que la guerra, y que en este sentido, el acuerdo de paz debe ser refrendado por un mecanismo de participación popular. Esta claridad me llega al alejarme de lo que puedan ser mis creencias y razones individuales, y anteponer la responsabilidad histórica de pretender heredar un mejor país a mis hijos.
Sin decir que todo está resuelto y recordando lo enunciado en mi anterior columna (El Tiempo, agosto 2 de 2016), en el sentido de que el fin del conflicto es apenas un peldaño en la larga escalera de retos que tenemos como sociedad para alcanzar la paz, soy de los que piensan que estamos más cerca que nunca de dar el paso trascendental que nos pondrá en la senda definitiva e irrevocable del progreso.
Hora de cerrar el círculo vicioso de nuestra historia, y con él, los propósitos inacabados que por décadas y siglos han invocado nuestros líderes: “… Creo firmemente, señores, que todos cuantos estamos aquí y cuantos pertenecemos a esta generación infortunada podemos jactarnos de haber visto la última guerra civil de Colombia. A nuestros nietos, a los que vengan a la vida después de este ciclo de horrores, y a quienes costará trabajo comprender el género de insania que nos llevó tantas veces a la matanza entre hermanos, podremos contarles, cuando ya seamos viejos, cómo y por qué somos los últimos representantes del fanatismo político, intransigente y cruel…” (Rafael Uribe Uribe, diciembre de 1902).
Publicado en El Tiempo.com