Hagamos las cosas bien
Hacer las cosas bien es una obligación moral y un compromiso personal adquirido con nuestro entorno y nuestra sociedad. A continuación comparto una breve reflexión al respecto.
El cambio de año en el calendario suele venir acompañado de sueños y propósitos para nosotros mismos así como para los seres queridos a nuestro alrededor. En estas épocas es frecuente recordar metas y promesas que no hemos podido cumplir en tiempos previos, siendo típicos, entre otros, los anhelos de alimentarse mejor, hacer más actividad física y leer en mayores cantidades.
En estas tradiciones hay una intención que quisiera encontráramos más a menudo: que nos propusiéramos hacer las cosas bien. Semejante objetivo implicaría esfuerzos para ser más sinceros, más auténticos y más directos en la forma de comunicarnos con los demás. También significa aspirar a ser mejores profesionales, querer más nuestro trabajo, ser más responsables y propender por la excelencia en cada cosa que ejecutamos. Significa limitarnos a acciones bien intencionadas para las cuales los propósitos que buscamos nos sirvan a nosotros, pero también a la comunidad a la que pertenecemos. Significa velar para evitar que las decisiones que tomemos afecten de forma negativa a otras personas.
Lo anterior no es más que un resumen de principios básicos profesados por varias religiones con influencia en tiempos modernos y líderes espirituales como el Dalái Lama. El mensaje es sencillo. El deber como seres humanos es hacer siempre lo mejor que podamos y nuestras capacidades particulares así lo permitan. Es claro que no es posible más que eso, pero igualmente importante es darse cuenta de que no debemos conformarnos con menos que llegar al límite del intelecto y al borde de la facultad de ser solidarios y altruistas.
Siendo quien escribe estas letras el primero en reconocer que es más fácil hablar que actuar y más sencilla la teoría que la práctica en estos temas, quisiera de todas formas hacer la siguiente invitación a los alcaldes, gobernadores, concejales y diputados que se posesionaron el viernes pasado: ¡Hagan las cosas bien! No es un ruego ni un favor que nos harían a sus gobernados, sino una obligación moral con la dignidad que ahora ostentan y un compromiso superior al haber decidido (por cuenta propia) pretender posiciones de liderazgo, que los hacen responsables del bienestar y seguridad de miles o millones de personas y los convierten en referentes para futuras generaciones.
Todo esto reforzado por el contexto de un país con desafíos como ninguno, en donde el correcto y eficiente ejercicio del gobierno local resulta esencial para el cumplimiento de las metas de desarrollo nacional. En los próximos años enfrentaremos la realidad del posconflicto en un momento de debilidad en las finanzas públicas y de expectativas poco optimistas de crecimiento económico y de incremento del empleo formal. Esto combinado con la crónica languidez de nuestro sistema de justicia y la enorme fragilidad de la institucionalidad estatal. Seguimos todavía en deuda en lo relacionado con calidad de la educación pública y en la definición de estrategias duraderas para la promoción de la competitividad a nivel regional. La movilidad y calidad ambiental y urbanística de muchas de las principales ciudades afianzan sus tendencias hacia el deterioro y lo mismo ocurre para los delitos de mayor impacto en los niveles de percepción de seguridad. Siguen pendientes las acciones concretas para protegernos del cambio climático, y los sistemas de generación y distribución de energía y agua potable parecen estar más vulnerables que nunca.
La lista es larga y conocida por todos y por ello el segundo pedido a los nuevos gobernantes es que se comprometan a que en los próximos dicimbres podamos modificar la minuta de deseos y necesidades insatisfechas. A ver si se dedican a resolver al menos uno de los problemas que hoy día decidieron convertir en su responsabilidad suprema.
Publicado en El Tiempo.com