Malos candidatos serán malos gobernantes
Las intensas peleas entre miembros de nuestra clase política son perturbadoras y representan una clara evidencia de que necesitamos nuevos liderazgos.
Barack Obama admira a George W. Bush. Esto lo documenta en su reciente libro “Una tierra prometida”. En el capítulo sobre sus primeros días en la presidencia, Obama menciona algunos detalles sobre sus sentimientos positivos hacia la persona del expresidente Bush. A pesar de las notables diferencias políticas entre ellos, Obama no puede hacer cosa distinta que respetar al hombre a quien sucedió en el cargo.
Más significativo aún es que lo anterior no es una banalidad de protocolo ni una simple muestra de cortesía profesional. Es admiración por cualidades personales del otro. Por ejemplo, Obama dice que encontró sobresaliente la decencia y el sentido de responsabilidad que mostró Bush al hacer todo lo posible para que la transición de poder fuese la mejor y más efectiva posible.
También menciona su admiración y agradecimiento por uno de los últimos actos de Bush como presidente: lograr la aprobación del denominado TARP. Este fue el programa de fondos estatales que salvó de la quiebra a los bancos de Estados Unidos durante la terrible crisis financiera e inmobiliaria de finales de 2008. Bush lideró este proceso, asumió sus enormes costos políticos y permitió que Obama, según su propio relato, iniciara su mandato sin semejante roca en el zapato.
¿Cuándo será que en Colombia podremos contar una historia como la anterior? ¿Qué tanto se parecerá este testimonio a, por ejemplo, cuando hay cambio de gobierno en la Alcaldía de Bogotá? ¿Cuándo será que podemos decir que un líder que es contradictor político de otro, es capaz de respetarlo e incluso de admirarlo a pesar de su distinto pensar?
¿Para cuándo una clase política que vea más allá de ambiciones coyunturales de carácter electoral y crea, de verdad, en la democracia de partidos y en eso de que el bienestar general debe primar sobre el particular? ¡Y sobre todo sobre el propio!
A este respecto, la evidencia que encontramos en los diferentes medios de comunicación (para no hablar del mundo de las redes sociales) no parece muy alentadora. Las peleas personales, las descalificaciones, la polarización, la injuria y la calumnia parecen ser el sello característico de muchos de quienes conforman nuestra clase dirigente y política.
Esta realidad es perturbadora y representa una clara evidencia de que necesitamos nuevos liderazgos. Y quizá sea esta la respuesta que debemos dar desde la ciudadanía. Ojalá entendamos pronto que quien grita, miente e insulta en campaña se convertirá en un gobernante sin liderazgo positivo e incapaz de producir los consensos y la confianza que se necesitan para la buena gestión pública.
Que nos demos cuenta lo más rápido posible que quien no respeta a sus contradictores, tampoco nos respetará cuando le hayamos otorgado facultades para que administre nuestras libertades. Quien no es generoso en campaña no tendrá empatía para entender nuestras necesidades y urgencias.
Un candidato o candidata que nos muestra su incapaz de bondad y compostura, también no está mostrando cómo se comportará cuando tenga poder: será arrogante, mezquina e indecorosa. Será alguien sin verdadera vocación de servicio y sin sentido de propósito superior.
Como siempre nos dicen en las épocas pre-electorales: el poder está en nosotros, está en nuestro voto. Seamos responsables e inteligentes a la hora de administrarlo.